Comentario
El siglo XVII es el siglo del Barroco, concepto que responde no sólo a un estilo artístico sino también a la definición cultural de una época, que se extendió en líneas generales hasta los años centrales de la siguiente centuria.Tras el período de duda y desintegración vivido por el mundo europeo con motivo de la Reforma protestante, en los últimos años del siglo XVI surgieron unos nuevos planteamientos ideológicos que crearon la necesidad de una renovada cultura que sirviera como instrumento integrador y, sobre todo, que ofreciera al hombre un fundamento seguro de existencia. Una existencia que había sufrido profundos cambios al desaparecer el concepto renacentista de universo único y armonioso y ser sustituido por un pluralismo manifestado tanto en el orden religioso como en el político, económico y filosófico. Esta situación, que proporcionaba en potencia diversas corrientes alternativas de elección, generó en el hombre una conciencia comparativa que alteró sus relaciones con los poderes establecidos. Por vez primera la opinión pública despertó interés en las autoridades religiosas y civiles, que comprometieron a la cultura, especialmente al arte, en la defensa de sus intereses y en su propósito de influir en las posibilidades electivas del hombre de la época. La comunicación y la persuasión fueron exigidas a las formas barrocas para actuar sobre el ánimo de las gentes, con el fin de hacer triunfar la renovación contrarreformista católica y de consolidar el poder de las monarquías absolutas, pues ambos estamentos fueron los principales impulsores del nuevo lenguaje artístico. El Barroco nació, por consiguiente, aceptando la diversidad de pensamientos, actitudes y necesidades expresivas, lo que justifica la pluralidad de tendencias que lo configuran, las cuales no hacen más que confirmar la propia esencia plural de la época.Para Argan el Barroco fue una revolución cultural en nombre de la ideología católica. Efectivamente fue la Iglesia de Roma quien determinó el nacimiento del nuevo arte, que dejó de ser objeto de contemplación desinteresada para convertirse en un medio de propaganda al servicio de la causa católica. El compromiso exigido al arte queda claramente expresado en el acta de la sesión XXV del Concilio de Trento, en la que se recoge el deseo de la Iglesia de que el artista, con las imágenes y pinturas, no sólo "instruya y confirme al pueblo recordándole los artículos de la fe", sino que además le mueva a la gratitud ante el milagro y beneficios recibidos, ofreciéndole el ejemplo a seguir y, sobre todo, "excitándole a adorar y aun a amar a Dios". Para cumplir esta misión el arte debía poseer fuerza de atracción sobre los sentidos y poder de penetración en el espíritu, es decir, debía ser seductor y didáctico para así mostrar el camino de la salvación. Pero ese camino tenía que ser seguido por todos, no sólo por los elegidos o los más preparados, por lo que el arte generó a lo largo del siglo fórmulas expresivas que, adecuándose a las necesidades de cada momento, llegaran a todos los niveles de la sociedad. Valores como la claridad y la conmoción primero, y el asombro y el deslumbramiento después, fueron utilizados en el transcurrir de la centuria para dar respuesta a las exigencias de la Iglesia católica. Además, este carácter propagandístico del arte fue también empleado por el absolutismo monárquico para consolidar el poder centralista y unificador del Estado y para reafirmar la indiscutibilidad del soberano, ya que su autoridad dimanaba de Dios.La cultura del XVII, y por consiguiente el arte, fue como dice Maravall una cultura dirigida -que buscaba la comunicación-, masiva -de amplia apertura hacia el pueblo- y conservadora -destinada a defender el orden tradicional-.Lógicamente el arte italiano fue el que dio la respuesta inicial a estos nuevos planteamientos ideológicos, ya que su condición de principal escuela creadora de la etapa anterior y su vinculación histórica y geográfica al Papado, le convertían en el más preparado e idóneo receptor estético de las exigencias contrarreformista. En la arquitectura, la función y las necesidades del culto adquirieron un papel predominante en la definición del espacio interior de los edificios religiosos, mientras que las fachadas, concebidas con gran libertad formal y dinamismo, se convertían en auténticos carteles propagandísticos destinados a atraer al fiel. Asimismo el deseo de convertir a Roma en el símbolo del triunfo de la Iglesia católica, originó un nuevo concepto de urbanismo que consideró la ciudad como un todo unificado, ordenado mediante un planteamiento orgánico basado en la experiencia y no en enunciados teóricos, como había sucedido en el Renacimiento. La reforma de la Ciudad Eterna impulsada por el Papa Sixto V (1585-1590) y los arquitectos Bernini, Borromini y Pietro de Cortona fueron los principales artífices de la renovada y simbólica imagen de Roma, lo que la convirtió también en el foco creador de la nueva concepción arquitectónica y urbanística del Barroco.En el campo de la pintura, Caravaggio y los Carracci definieron, en torno a 1600, el lenguaje deseado por la iglesia contrarreformista para transmitir su mensaje doctrinal: Caravaggio exaltando lo individual y aproximándose a lo cotidiano, para llegar al alma a través de los sentidos, y los Carracci aunando idea y naturaleza para lograr el acercamiento tras la meditación. Las dos tendencias, naturalismo y clasicismo, tenían como principal finalidad atraer al fiel hacia la única y auténtica fe. Sin embargo, en los años treinta la Iglesia comenzó a sentirse victoriosa y segura frente a la amenaza anterior de la Reforma protestante y solicitó de la pintura la expresión de su triunfo y de su alegría. El barroco decorativo, definido plenamente también en Roma a partir de la obra de Pietro de Cortona, surgió por consiguiente como consecuencia de esta nueva exigencia del mundo religioso, formulando el lenguaje efectista y grandilocuente que imperó en la segunda mitad del siglo.Y finalmente, desde el punto de vista escultórico, el máximo creador fue Bernini, quien, partiendo de idénticas intenciones, creó un magnífico estilo plástico, lleno de fuerza expresiva y elegancia, a medio camino entre lo conceptual y lo real.Así nació y se desarrolló el arte barroco en Italia, manteniendo su vigencia hasta bien entrado el siglo XVIII, tanto en dicha escuela como en el resto del continente europeo, en el que los distintos países recibieron al nuevo estilo con distinto grado de aceptación, adaptándole a sus respectivas situaciones nacionales. Francia escogió de él sus aspectos más clásicos y racionales para realzar la pujanza económica de su sociedad e incrementar el prestigio de la institución monárquica. Flandes, de la mano de Rubens, encontró en él la posibilidad de exaltar tanto el poder político como el religioso. La protestante Holanda vio en su acercamiento a la realidad concreta un camino para reflejar su forma de vida burguesa. La zona centroeuropea, alejada durante buena parte del siglo XVII de la creación artística como consecuencia de los conflictos bélicos y los problemas económicos, le utilizó, aunque tardíamente, para expresar con extraordinaria intensidad sus sentimientos religiosos. En Inglaterra, al carecer de sectores ideológicos dominantes, dedicó escasa atención a las fórmulas barrocas, que vieron muy mermada su presencia a causa de la fuerza de la tradición y del aislamiento del país.